Han pasado
algunos meses desde que nos dejaste físicamente,
debo reconocer que me haces mucha falta Padre. Sé que no quieres que me ponga a
llorar mientras escribo esto, pero déjame intentar sacar lo que tengo trabado
en el alma.
Fuiste un hombre
fuerte, la vida quizás te golpeó muy cabrón, pero saliste adelante y eso hace
que me sienta orgulloso de Ti, aunque en algún momento no haya entendido esa
manera tan peculiar de educarme, sinceramente aquí entre nos…fue lo que tenía
que pasar, para ser quien soy hoy.
Me enseñaste a
manejar bicicleta, recuerdo que me sostenías para no dejarme caer o cuando me
enseñaste a nadar en la playa, claro, los primeros intentos fueron fallidos,
terminaba revolcado por las olas, pero siempre encontrabas la manera de sacarme
a la superficie para no terminar ahogado.
Recuerdo que me
regalaste mi primera pelota de fútbol, aunque nunca llegué a ser un buen
jugador, pero si tuve una infancia feliz.
Pero más allá de
eso, inconscientemente me enseñaste el valor de la familia, de luchar por
ellos, de creer en mí.
Dejamos de
hablarnos por un buen tiempo, entiende, tenía mucho dolor, con el tiempo lo
hablamos y pude sanar esas heridas, desde entonces no te he dejado solo Padre.
Escuché de tu
propia boca decir lo orgulloso que estabas de mí, días antes de tu partida.
A los días me
enteré que tenías fotos de mí en la pared de tu dormitorio y que andabas
contando mis pequeños logros y algunos presentes que pude mandarte.
Si hubiera podido
escoger a mi padre, te elegiría mil veces, daría absolutamente todo lo que
tengo (algunas cacharpas que tengo en mi activo) por volver a verte sonreír, o
por lo menos estar contigo en tus últimos días, creo que es eso lo que me duele
más, haber estado lejos cuando falleció mi abuela y luego en tus últimos días.
Gracias por todo
lo que me ofreciste, por todo lo que me enseñaste, por esta resiliencia que
obtuve al final.